Sobre Tina Modotti se ha escrito desde la perspectiva del arte, la política, el feminismo, la filiación partidaria, la inmigración, la ternura, el coraje; el título del presente artículo lo debemos al poema de Pablo Neruda: Tina Modotti ha muerto. Biografías, ensayos, tesis, monografías, filmes, han relatado la vida de esta mujer excepcional, no obstante, desde el mundo editorial faltaba algo, y ese vacío, en mi opinión, lo ha llenado la historia gráfica de Ángel de la Calle: Una mujer del siglo XX, obra publicada en México con los sellos Rosa Luxemburg Stifing y la Brigada Para Leer en Libertad.
Al hojear el libro de Ángel de la Calle, la memoria, con su flashback lagunero e intermitente, me condujo a los primeros descubrimientos de las historietas. La infancia se pobló con imágenes del Viruta y Capulina, Memín Pinguín y Almagrande, Chanoc y Don Porfirio, Hermelinda Linda y Kalimán, y las firmadas por José G. Cruz, vale decir, José Guadalupe Cruz Díaz, dibujante, pintor y portadista jalisciense, ilustrador de las revistas de Juan sin Miedo y Santo, el enmascarado de plata. Aquellos cómics legendarios tenían mucho de fantasía, épica y cursilería, pero sembraron la devoción por leer historias ilustradas y, la que llegó a mis manos, sobre Tina Modotti y su generación, tiene la cualidad de romper la solemnidad, subvertir la tragedia, desenfundar los celos sin revólver, dibujar adulterios sin moralina.
El desfile de protagonistas de la vida de México en el siglo XX cumple otro objetivo: escribir la historia sin epopeyas, sino a través de episodios y testimonios de la vida cotidiana, lo que rinde culto a la micro historia que cultivaran Carlo Ginzburg en Italia o Luis González y González en México, disciplina contemporánea que indaga sobre asuntos aparentemente triviales, pero que son los que encauzan el relato macro. Como para no olvidar el proverbio inglés: el diablo está en los detalles.
El 16 de agosto de 1896, hace ciento veintiséis años, nació en Udine, Assunta Adelaide Luigia Modotti Mondini, hija de Assunta Mondini, costurera, y Giuseppe Modotti, carpintero y mecánico, adherente al incipiente socialismo que convocaba a obreros, marginales, creadores, artistas. Su tío paterno, Pietro, cultivaba el arte fotográfico, con su propio laboratorio de revelado y esas cámaras de cajón, foco y flash de campana que ahora solemos ver en museos o en las glorietas de pueblos mágicos y olvidados.
Udine, centro político de la región friuliana, con lengua propia y un pasado histórico que incluye en su territorio la presencia del rey de los Hunnos, Attila, registra sus primeras referencias hacia el año 983. Giovanni da Udine, su mayor pintor y estuquista, colaboró con Rafael en las loggias vaticanas, vale decir galerías descubiertas, y en sus óleos plasmó grutescos y bodegones.
A inicios del siglo XX, la miseria extendía sus llagas leprosas por toda la región. Forzados ante una situación calamitosa, la Modotti decidió trasladarse a San Francisco, California, con la ilusión de seguir los pasos a la vasta inmigración siciliana, lombarda y calabresa a territorio estadounidense.
Entre 1913 y 1914, Tinísisima, como le decían sus padres, trabajó en una fábrica de seda. Su belleza física llamó la atención y de operaria pasó a convertirse en modelo. A la edad de veintiún años contrajo matrimonio con Roubaix de l’Abrie Richer, Robo. Vendría su incursión en el cine mudo y su aprendizaje de la técnica fotográfica de la mano de Edward Weston. Con Weston viajó a México y a la práctica de la fotografía como expresión de arte contemporáneo, y no solamente como imagen testimonial, se sumaría el romance con el fotógrafo estadounidense. La Revolución Mexicana, la miseria del pueblo, los levantamientos agraristas, los lazos con la Unión Mexicana de Artistas, entre ellos Diego Rivera y Xavier Guerrero, los hermanos Manuel y Lola Álvarez Bravo, Lupe Marín, Concha Michel, Frida Kahlo, influyeron en la consagración política de la Modotti, quien en 1927 se afilió al Partido Comunista. Vendría más tarde el asesinato del dirigente cubano y compañero sentimental y político de Tina, Julio Antonio Mella, suceso que llevaría a la italiana a los tribunales bajo sospecha de complicidad, en realidad artimaña e infamia que tuvo como motivo desacreditar a la dirigente comunista.
Este breve repaso, común en toda reseña biográfica de Modotti, se ve engalanado por el trabajo de ilustración de Ángel de la Calle que nos muestra, gracias a su investigación y la complicidad afectiva e intelectual con Paco Ignacio Taibo II, circunstancias, acontecimientos y episodios narrados y dibujados tan sobria como exhaustivamente. Y aquí es donde encuentro esa joya que faltaba en la historia editorial y biográfica de Tina.
El amor platónico de Ricardo Gómez Robelo por Tina, pasión muda y desesperada, contradice a Juan Gelman, el poeta argentino que decía: no se muere de amor, se vive de amor, pues Ricardo murió acongojado por un amor no correspondido, y hay quienes hasta culparon y responsabilizaron a Tina de su prematura muerte.
La figura de Xavier Guerrero, extraordinario artista que una historia tendenciosa suele marginar de la galería de ilustres pintores, grabadores y muralistas mexicanos, es otro de los elementos claves en la obra.
Un capítulo esencial es el de la vida de Tina en Moscú. Las ilustraciones me hicieron recorrer otra vez las calles moscovitas y la Plaza Roja, porque las páginas actúan como matrioshka, la muñeca que lleva en el interior una y otra historia, solamente que en la obra se opera al revés, es decir, desde la diminuta hasta la muñeca grande que incluye y guarda a todas las demás.
Desde la fotografía de Tina desnuda que le hiciera Weston en una terraza, hasta los conflictos generados por el estalinismo, están registrados por la lupa, lápiz y trazos de Ángel de la Calle, sin olvidar la historia dentro de la historia, con el propio autor y Taibo como protagonistas.
Al cerrar la última página volé hasta 1942, año del fallecimiento de Tina, suceso que conmovió a Pablo Neruda, quien entonces escribió en tributo a la insigne luchadora anti fascista los versos que cincelados en la piedra la acompañan en su última morada del Panteón de Dolores en Ciudad de México:
Tina Modotti, hermana, no duermes, no, no duermes:
tal vez tu corazón oye crecer la rosa
de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa.
Descansa dulcemente, hermana.
(…)
Puro es tu dulce nombre, pura es tu frágil vida,
de abeja, sombra, fuego, nieve, silencio, espuma,
de acero, línea, polen, se construyó tu férrea,
tu delgada estructura.
(…)
En las viejas cocinas de tu patria, en las rutas
polvorientas, algo se dice y pasa,
algo vuelve a la llama de tu adorado pueblo,
algo despierta y canta.
Son los tuyos, hermana: los que hoy dicen tu nombre,
los que de todas parte del agua, de la tierra,
con tu nombre otros nombres callamos y decimos.
Porque el fuego no muere.
Una mujer del siglo XX, biografía ilustrada de la camarada Tina Modotti, enseña, seña y contraseña de una de las mujeres más valientes, bellas, creativas y honestas de esta Tierra, pródiga en heroísmos, sacrificios y asombros.
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