La historia de la Tierra suele medirse en millones de años; la de la patria en siglos; la del ser humano en años; la urgencia en horas. Hoy haré referencia a estos mil cuatrocientos sesenta días, entre 2018 y 2022, en los que el pueblo ha pasado del asombro al júbilo, de la expectativa a la reflexión, de la incertidumbre a la esperanza, la de México, por supuesto.
Un amigo muy cercano, quien formó parte del equipo de jóvenes obradoristas, me contaba las vicisitudes y avatares que debió sortear una juventud pletórica que se había sumado, con su talento y rebeldía, a pensar y actuar en un país saqueado y humillado por elites que lo consideraron su fuente de riqueza y privilegios; que representaba la alcancía y caja de caudales de la clase dominante, aquella ostentosa y avara hegemonía que hizo gala de su desprecio por los desheredados, al no observar ni poner jamás en práctica el Artículo 1 de nuestra Constitución, inciso reformado el 10 de junio de 2011:
Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.
El establecimiento político, herencia de la traición al agrarismo, en unión de oportunistas y falaces que se disfrazaron de progresistas y hasta de guerrilleros, jamás consideró a las grandes mayorías como parte de su proyecto. Conceptos velados o subterráneos, pero presentes a la hora de las definiciones, afloraban en las charlas de fifís, fachos y gomosos: los nacos no podían sentarse en las mesa con los güeros, los indígenas eran vagos y vulgares, los pobres se merecían su destino por ser vagos, retahíla de manifestaciones racistas, glotonas, supremacistas y codiciosas.
De repente, entre 2017 y 2018, un vendaval de sueños recorrió los treinta y dos Estados con una bandera color guinda que enamoraba. Ante ese púrpura rojizo, los usurpadores, advenedizos o tradicionales caciques, empezaron a sufrir un temblor espasmódico, especialmente cuando ese pueblo olvidado tomó conciencia y, ante las vanas promesas de siempre, le respondió con el verso que solía entonar Oscar Chávez: yo siempre te he conocido como hijo de la … tostada.
En los rincones más lejanos, puerta a puerta, corazón a corazón, las muchachas y muchachos del presente y futuro explicaban las partes fundamentales del programa de gobierno. Algunas ocasiones fueron rechazados, porque la rémora del pasado todavía permanece en el conservadurismo de quienes se aterran ante cualquier posibilidad de transformación, no obstante, en la mayoría de municipios, colonias y vecindades, la gente, ávida y consciente, no solo los abrazaba y escuchaba, sino que aportaba con ideas sobre justicia, esa palabra que había permanecido exiliada desde la época del general Lázaro Cárdenas del Río, porque si algo sabe la gente del pueblo es de injusticia y de pobreza: las han sufrido, las han visto asolar pueblos enteros, generaciones perdidas, llantos enclaustrados, cárceles repletas, infantes sin escuela.
Por ello Efraín Huerta, en su amargo, por verdadero, poema ¡Mi país, Oh mi país¡, escribía:
(…) moroso, anhelado, miserable, opulento, país que no contesta, país de duelo. Un niño que interroga parece un niño muerto.
También país de patrañas y estafas, estableció como sistema electoral en el pasado la institución viciosa y contagiosa del fraude. En el Zócalo, un millón de personas resolvió hacer una vigilia el año 2006 al haber sido violentado el mandato popular; al final, el surco de la derrota forzosa acompañó el languidecer y agonía de la democracia, pero, de acuerdo a Unamuno, la agonía no es el preludio de la muerte, sino que es la avasalladora fuerza de la lucha: agonizante no es moribundo, decía, y ese pueblo agónico perseveró, como lo hizo quien representaría no la venganza, sino la ilusión movilizadora, Andrés Manuel López Obrador.
El entonces candidato de MORENA obtuvo más de treinta millones de votos, lo que representó el 53,20% de los sufragios emitidos. La frase de campaña: Por el bien de todos, primero los pobres, no fue slogan publicitario ni lema circunstancial, porque, al asumir el poder político, se iniciaron las más profundas transformaciones de la época contemporánea, y, con esa legitimidad, el gobierno y el presidente pudieron vocear al mundo que su propuesta de la Cuarta Transformación, tras la Independencia, Reforma y Revolución, era posible e impostergable.
Para ser consecuentes entre palabra y acción, entre decir y hacer, había que demostrar que la Ética no era solo una disciplina normativa, sino la guía a través de la cual podía recuperarse la moral pública, la confianza, la fe.
Día tras día, obras que habían sido congeladas o que formaban parte de las negociaciones de la crápula, ahora se tornaban transparentes y urgentes. Refinería Dos Bocas, Tren Maya, Tren Toluca-CDMX, Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, modernización de puertos, cobertura de Internet en todo el país, reconstrucción de vivienda para los damnificados por el sismo de 2017, pensión para adultos mayores, becas para estudiantes bajo el lema becarios sí, sicarios no; apoyo a Pymes; subsidio para personas con capacidades especiales, programa Jóvenes construyendo el futuro, salud gratuita para el pueblo, por citar los prioritarios, son fehaciente prueba de que la palabra se cumple, y que no es un recurso retórico, sino una sombra protectora la imagen de Ricardo Flores Magón en el palacio nacional.
Más allá de la infraestructura, la modernización y el impacto de la inversión pública en la economía, cabe invocar algo que parece invisible, o que, de tanto estar a la sombra, se había esfumado entre pobreza y desesperanza: la autoestima, porque sin transformación cultural no puede existir cambio radical, por ello la insistencia del presidente en su lucha contra la corrupción, que, como lo ha dicho tantas veces en sus Mañaneras, no forma de la cultura de México, es una tara que fue inoculada por intereses protervos.
El tiempo es el juez supremo porque arregla todo, decía el matemático Tales de Mileto, pero es necesario ayudar al tiempo para que el ajuste de cuentas con la historia nos encuentre vivas y orgullosas de ser mexicanas, para que los trabajadores y trabajadoras puedan festejar el 1 de mayo y todos los días al tener un salario digno; para que las plagas de la postmodernidad no terminen con la memoria; para que los criminales de toda ralea nunca más consideren a México un Estado fallido; para que las mujeres puedan vivir sin el pánico que engendra una violencia material o simbólica; para que las producciones de las letras y las artes no sean patrimonio de castas o iniciados, en definitiva, para que los días que quedan, tras estos primeros mil cuatrocientos sesenta de ejercicio gubernamental, los contemos con la aflicción de que pronto terminarán, pero cultivemos la esperanza de que los días mejores estarán en el mañana. Así podremos contar a nuestros nietos, en nuestros propios Recuerdos del Porvenir, que el 1 de julio de 2018 se reinauguró en nuestro suelo la antigua costumbre de la dignidad, solidaridad y hermandad entre las mexicanas y mexicanos.