En la Francia de la posguerra, en 1945, un empresario llamado Marcel Bich tuvo una visión sencilla pero poderosa: crear un bolígrafo que escribiera bien, durara mucho y fuera accesible para todos.
Hasta ese momento, escribir era una tarea engorrosa. Las plumas fuente eran caras, se secaban rápido y manchaban. Pero Marcel, junto a su socio Edouard Buffard, compró los derechos de una tecnología húngara que usaba una bolita giratoria de acero en la punta del bolígrafo. La mejoraron y la adaptaron a la producción en masa.
Y así, en 1950, nació el legendario BIC Cristal, un bolígrafo liviano, transparente y con tinta de secado rápido. Su diseño era tan perfecto que no ha cambiado casi nada en más de 70 años.
¿El resultado? Un éxito inmediato. Se volvió el favorito en escuelas, oficinas y hogares del mundo. Barato, confiable y duradero, se convirtió en el bolígrafo más vendido de la historia, con más de 100 mil millones de unidades distribuidas en más de 160 países.
Pero BIC no se quedó ahí. Expandió su visión a productos igual de funcionales: encendedores, rasuradoras desechables, marcadores, lápices y hasta tablas de surf. Su filosofía era clara: hacer objetos del día a día que fueran simples, eficaces y accesibles.
Lo que comenzó con tinta, terminó siendo una marca global.
BIC demostró que no necesitas inventar algo nuevo, solo hacerlo mejor.

