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EL ESPEJO DE EUGENIA: Adolfo Sánchez Vázquez

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Tras la travesía en ferri entre Marruecos y España, vigilados por la silueta del imponente macizo de Gibraltar, llegamos a la provincia de Cádiz. Al arribar observamos el origen del Mediterráneo, al que Joan Manuel Serrat cantaba: de Algeciras a Estambul para que pintes de azul tus largas noches de invierno. Torres y grúas que afean el horizonte visten el puerto más importante de España. Los romanos denominaron a este territorio Puerto Blanco; en la dominación árabe pasó a llamarse como hoy, Algeciras, la isla verde. La influencia mora se palpa en el aire, y, salvo el idioma, parecería que no hubiésemos abandonado el albayalde del bullicioso y serpentino Tánger.

Caminamos bajo un sol reverberante con la esperanza de encontrar un espacio para evitar la insolación, y nada mejor que la librería Bahía de Letras. Se exhiben en estantes y mesones, afiches libros, álbumes, poemarios y discos de lumbreras gaditanas: Rafael Alberti, Manuel de Falla, Lola Flores, Paco de Lucía, Adolfo Sánchez Vázquez.

Nacido en Algeciras el 17 de septiembre de 1915, Sánchez Vázquez pasó su infancia en Málaga, en virtud de que su padre, teniente de carabineros, debía cumplir en esa ciudad la disposición emanada por la autoridad militar. Ingresó al Bloque de Estudiantes Revolucionarios y la Juventud Comunista y, no obstante su afición temprana al estudio del marxismo, sus primeros pasos en las letras estuvieron marcados por el fulgor de una poesía que debía ser publicada en 1936, pero el estallido de la Guerra Civil impidió que aquellos versos vieran la luz, y solo fueran publicados seis años más tarde. Decía el joven poeta de entonces, estudiante de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, en su Miseria de una poesía:

Te reconozco en ese recoveco
revuelto entre cenizas y gusanos
en este muladar de tu porfía.
Tu voz ya no es tu voz, sólo es un eco,
un rescoldo de fuegos inhumanos,
un cadáver que escribe todavía.

La ferocidad de la guerra, la implacable persecución a los republicanos, la zozobra familiar, la necesidad de protegerse, el desasosiego y el escondite  como forma de vida, la derrota de la roja España y, finalmente, el imperante oscurantismo que el franquismo confesional y fascista impuso, impulsaron su decisión de buscar el camino de la emigración. 

El general Lázaro Cárdenas del Río abrió la puerta y llegaron por millares españoles aterrados y transterrados. Adolfo arribó a Veracruz el 13 de junio de 1939 junto a sus compañeros  Juan Rejano y Pedro Garfias, y encontró cobijo en ese México solidario que era una especie de sarape para el hielo de la desesperanza. 

Ni forastero ni intruso, pronto trazó la senda que lo llevaría a convertirse en referente del pensamiento contemporáneo; impulsó, en solitario o en buena compañía, la batalla campal por las ideas al desatarse un largo debate conceptual sobre estética, ética, praxis. 

Elevó una teoría múltiple, collage que enfrentó a tesis cerradas que habían clausurado todo debate. La naturaleza del arte, su producción y consumo, ocuparon parte de su tiempo creativo a la vez que profundizaba, a través de su cátedra en la UNAM y su oficina en el café-librería El Ágora, en un pensamiento critico que continuó, a su manera, la irreverencia de Mariátegui. El legado de Marx y sus conceptos parteros en la filosofía, la historia, la política, la sociedad, era repetido por feligreses ortodoxos  que veneraban al genio barbado de Tréveris hasta convertirlo en un Moisés al que se imitaba y plagiaba. Sánchez Vázquez no plegó al conformismo de la nomenclatura y decidió develar imposturas. Su propósito de desacralizar credos lo llevó a acercarse a la interpretación de un pensamiento abierto y hondo que no contenía ni fórmulas ni recetas, para finalmente proponer una lectura no dogmática del marxismo, capaz de enfrentar los manuales que quisieron convertirlo en doctrina inmutable.

Sobre José Carlos Mariátegui, cabe invocar una reflexión de Sánchez Vázquez, oportuna y vigente ahora que levantamientos indígenas en América Latina, y en particular en el caso de Ecuador, han puesto en el debate conceptos, en apariencia antagónicos, como los de etnia y clase, indigenismo y socialismo. En entrevista concedida a Sara Beatriz Guardia, profesora de la Universidad San Martín de Porres de Lima, Sánchez Vázquez señalaba aportes del pensador peruano:

El marxismo latinoamericano, con la excepción de Mariátegui y de la Revolución Cubana en su período heroico, ha sido siempre un “calco y copia” del marxismo de la III Internacional y, en general, del marxismo soviético (…)  

La vinculación que establece Mariátegui entre indigenismo y socialismo no sólo la hace en referencia al objetivo socialista, sino también al pasado prehispánico en el que destaca el papel que cumplieron las comunidades indígenas que sobreviven en el presente, y que han creado hábitos de cooperación y solidaridad entre los campesinos cuya importancia para el socialismo subraya Mariátegui. (…) Por subrayar como Marx la potencialidad de la comuna indígena en el proceso histórico hacia el socialismo, no faltó quien le negara la condición de marxista y le atribuyera la de populista, pero esta negación carecía de base tanto en su caso como si se hubiera tratado del propio Marx. 

Otro de los temas a los que aludió fue el desarraigo. La naturaleza y acción política del pensamiento antifranquista fueron abordados con una rara alquimia de altivez, culpa  y misericordia. El divisionismo, las cofradías, la cerrazón, el sectarismo, impidieron la unidad, aunque Sánchez Vázquez salvaguardó la esencia moral de quienes jamás claudicaron, ni ante la melancolía ni ante la pobreza. Esa dimensión moral también se expresó en la fertilidad del pensamiento republicano en México, donde floreció lo que en España había sido podado y dado por muerto. El poeta, que coexistió con el filósofo, nunca perdió esa fuente de amor que es la nostalgia, para legarnos un cántico del exilio que, dialéctico y transparente, nos habla de huida y dignidad, de ostracismo y renacimiento:  

Al dolor del destierro condenados
—la raíz en la tierra que perdimos—
con el dolor humano nos medimos,
que no hay mejor medida, desterrados.
Los metales por años trabajados,
las espigas que puras recogimos,
el amor y hasta el odio que sentimos,
los medimos de nuevo, desbordados.
Medimos el dolor que precipita
al olvido la sangre innecesaria
y que afirma la vida en su cimiento.
Por él nuestra verdad se delimitacontra toda carroña originaria
y el destierro se torna fundamento.

A once años de su muerte, acaecida en Ciudad de México el 8 de Julio de 2011, el espectro del profesor Sánchez Vázquez sigue iluminando la caverna, el murcielagario y la lobreguez de tiempos deshumanizados e ingratos. 

Quienes fueron sus discípulos lo recuerdan en su batallar por subrayar las relaciones entre el acto moral y la política; en su denuedo por explorar la naturaleza del ser humano como sujeto histórico y social;  por su airosa lucha contra la costumbre y, quizá lo que ha motivado, junto a sus poemas, esta remembranza: su vehemencia al acentuar la necesidad de una muchedumbre consciente que asuma su papel en la transformación del mundo, ya que solamente la práctica colectiva puede y debe cotejar moral y política para exhibir en la plaza pública, en tekio, kórima y minka, los valores de dignidad, nobleza, igualdad, soberanía, solidaridad, ternura, libertad y justicia.

En síntesis,  una exhortación a la urgencia impostergable de que la izquierda regrese  a su lugar de origen:  La Comuna.

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